JUAN RULFO
Monday, July 16, 2007
Hay notas que no se deben dejar de leer y una de ellas es la de Martha Viaña, periodista, que rescata lo más valioso de la charla que diera el poeta y narrador mexicano Daniel Sada, en la Biblioteca de la casa de Rómulo Gallegos a propósito del homenaje a Juan Rulfo:
“Muchos dicen que Pedro Páramo es la mejor novela que se ha escrito en México, en toda la literatura mexicana, y los más fetichistas dicen que es la mejor novela que se escribirá; o sea, que no hay oportunidad para nadie. Cuando llegué a México no sabía que existía la literatura moderna. Del rancho a la megalópolis. Fue apabullante, toda la referencia era la antigüedad. Pero me enteré de que habían escritores y que vivían de eso. Me desconcertó. Traté de acoplarme a la ciudad. Ahí estaba Juan Rulfo. Rulfo era muy esquivo y tímido, alguna vez, hablando con Vargas Llosa, éste me decía que no entendía por qué un hombre tan seguro con la escritura, era un hombre tan tímido, casi inexpresivo. Rulfo es el paradigma del artista. Yo no conozco —bueno, tal vez García Márquez— a un escritor que esté traducido a tantas lenguas, no conozco ni en Estados Unidos ni en Europa a un escritor tan traducido como él. Y la novela sigue editándose, los tirajes son muy grandes, no solamente en México sino en toda América Latina y en todas las lenguas. Pedro Páramo es una obra atemporal, tan fresca, tan llamativa, tan asombrosa, tan enigmática como siempre. Es una novela hecha desde muchos puntos de vista, muchos estados de ánimo, por eso el enigma rulfiano no se agota, se podrán cumplir otros 50 años y seguirá. Los jóvenes lo leen, todavía llama la atención, no sólo en México, sino en el mundo entero, sobre todo en el habla español... Todo esto de la muerte, de que los muertos viven, yo lo entiendo perfectamente, porque dentro de las expectativas de los pueblos pequeños, los personajes son trágicos, y al decir trágico quiero decir heroicos, digamos que para mí la tragedia es sinónimo de heroicidad. Cuando yo traté a Juan Rulfo, inmediatamente hubo una especie de simbiosis porque ambos somos de un pueblo y en ese momento ya nadie quería escribir del pueblo, sobre todo habiendo una obra como ésa, la gente pensaba que para qué iba a insistir en otra. Entonces había toda una tendencia hacia la literatura urbana. Yo conocí a Rulfo cuando fui becario del Centro Mexicano de Escritores, en 1977. Era muy joven y estaba deslumbrado con ese señor. El nunca hablaba de literatura, era un ánima en pena en vida, inexpresivo, no tenía ninguna capacidad teórica de nada, era un hombre silencioso, pero poseía un paisaje interior infinito y una intuición y una emoción que no expresaba. Y yo le hice una pregunta muy ingenua: ¿qué se necesita para ser un gran escritor? Le di todas las armas para que se burlara de mí, peor él no se burló, se quedó pensativo y me dijo: “Mire, todas las disquisiciones teóricas que oiga, todas las especulaciones intelectuales que le surjan, guárdeselas, pero cuando escriba, escriba para la gente, para escribir lo que se puede identificar de inmediato, y esas teorías y visiones van a surgir aunque usted no quiera”. También me decía casi impositivamente: “Nunca lea teoría literaria, eso es de gente que no tiene imaginación y para los intelectuales. Usted es un artista, lo cual es un grado superior. El intelectual es de este mundo, el artista roza con la divinidad. Aproveche la imaginación, siga su intuición y siga su emoción”. Una vez se me ocurrió preguntarle por Jorge Luis Borges , que era la antípoda de Rulfo. Se quedó pensando y me dijo: “Mire, un escritor que dice que la biblioteca de Alejandría, que en el tomo tal, que en el versículo tal, que da una serie de referencias, así muy escrupulosas de cada cosa, es un escritor que no tiene imaginación”. A Rulfo le irritaba profundamente que los escritores quisieran demostrar lo que sabían . Después de seis meses de trato, por fin habló de literatura. Nunca quería hacerlo, pero cuando comenzó, me di cuenta de que se las sabía todas, era un erudito; me habló de literatura sueca del siglo XVIII, de la literatura del XIX conocía todo, todo, casi todo, rusos, italianos, españoles, latinoamericanos, era experto en literatura brasileña del XIX, particularmente Machado de Assis. Era un conocedor profundo de todo lo que es el cuento en lengua inglesa, desde Edgar Allan Poe, que evidentemente era uno de sus autores favoritos, sobre todo por esa dosis de extrañeza que recorre todos sus cuentos. Le irritaban mucho los escritores realistas a ultranza, porque decía que los escritores que se afanan por ser realistas son los más represores de todos. A él le gustaban aquellos que podían ver los lados ocultos de la realidad, además de la realidad... Acerca del análisis de los personajes en Pedro Páramo, hay una discusión famosísima entre Zolá y uno de sus discípulos. Uno de ellos le dice: “Oiga, Maestro, quiero hacer una novela de un solo personaje”. Sola se queda espantado y le dice: “Eso es imposible una novela de menos de 20 personajes no vale la pena leerla, es una excentricidad”. Estos son pensamientos del siglo XIX que Rulfo absorbió muchísimo; fijémonos que en Pedro Páramo hay más de 20 personajes, todos intervienen, además hay de diferentes estratos sociales, aún cuando estén muertos. Hay muertos, incluso, que tiene 50 años de muertos, y son muertos que se paran, que están dormidos, prenden la lumbre, salen, se pierden y regresan a dormir. Son personajes casi referenciales. Los muertos más recientes tienen frescas todavía todas las vivencias de la vida y como no hay esa fisura entre la vida y la muerte, pareciera que los muertos están viviendo. Sin embargo, los muertos más viejos, esos sí están descansando. Por otra parte Rulfo tampoco se preocupó mucho por estar argumentando y explicando y describiendo. La argumentación es muy sucinta, él no se preocupa por explicarle al lector como si fuera un niño chiquito, por qué es estoy por qué es aquello; él lo mostraba y ya, lo cual quizá aprendió de la literatura escandinava. El me recomendó dos libros: cubres de espanto de un escritor suizo, y Nosotros de Eugene Zamiatin, que de alguna forma se parece a Comala. Rulfo decía que la gente de los pueblos sí asumía su destino. Hay un personaje “En el día del derrumbe”, en el Llano en llamas, que dice: “Por qué no se van de aquí, aquí no hay vida, vivir aquí, váyanse a la ciudad que es donde está la vida”. Otro personaje le responde: “Si nos vamos, quien va a cuidar a nuestros muertos”; esto de alguna forma revela el mundo rulfiano, este apego a la tierra, al entorno, esté bien o esté mal, yo no voy a salirme de aquí, aquí está mi vida, aquí me voy a morir, y sea lo mejor o lo peor del mundo, aquí voy a estar, no puedo moverme, aquí está mi raíz, aquí está todo lo que soy. En este sentido, Rulfo sentó un raíz muy profunda en lo que es la mexicanidad, esta cosa del arraigo, el no poder romper con la tierra, con el alma mexicana. De hecho, cuando los mexicanos se van a otros países no tardan en regresar, es muy difícil que un mexicano cambie de lugar y se quede para siempre, porque están los muertos allá, hay que cuidarlos, o están las raíces, esta es una metáfora que podemos entenderlo allí. Otra de las cosas que Rulfo alguna vez, en tantas pláticas, en tantos cafés, me comentó, fue la importancia de los movimientos de la naturaleza. Todo para él, una nube, un cerro, la hierba, todo tiene características humanas; o sea no es el personaje y su entorno, sino que es también la acción de la naturaleza, también la acción humana, hay un complemento muy evidente entre la naturaleza y como influye ésta en el espíritu humano. Pedro Páramo no se puede calificar como una novela de horror ni fantástica, tampoco es una novela realista ni necrófila, pues en ella no hay horror ni espanto, los muertos transitan y se desenvuelven como si estuvieran vivos, no hay un espanto al narrar, lo que hay es asombro, pero no repulsión. En ese sentido la novela resulta ser parte de una paradoja, puesto que siendo de un país de México, donde los escritores se han afanado tanto por ser realistas, nos encontramos con que al fin de cuentas las novelas más representativas latinoamericanas no son realistas o tienen poco que ver con esa tendencia. La novela de Rulfo es una de las que rompen con esa tradición. Un día me confesó como nació en su cabeza Pedro Páramo. Durante algún tiempo, él habís sido vendedor de llantas de la Goodrich, de la compañía estatal nacional, y esto le dio opción de conocer todo México. Si alguien conocía verdaderamente el territorio mexicano era Rulfo, porque vendía llantas. Una vez —según me contó— estaba manejando y estaba muy cansado, eran como las 12 de la noche y no quería parar el coche a la vereda de la carretera para dormirse. Llegó a un pueblo que no tenía luz eléctrica —muchos pueblos no la tenían en los años 40 o 50— y se puso a buscar un lugar donde dormir pues estaba a oscuras. De repente pasó por una casa donde había una lámpara de petróleo que proyectaba una luz sobre la calle. Entonces se dijo: “Voy a preguntar, es la única luz que hay aquí en el pueblo”. Bajó y cuando llegó había un señor detrás de un escritorio, como adormilado. “Perdón, seño, ¿dónde alguien me puede dar posada, un hotel, donde puedo dormir, donde puedo pernoctar?”. El señor le contestó: “Pásele, lo estábamos esperando”. Esto de “lo estábamos esperando” corresponde al pasaje en el cual Juan Preciado llega la pueblo y Eduviges le dice precisamente. “Lo estábamos esperando”. Aquí se desató, digamos la concepción de Pedro Páramo., o sea, llegar a un pueblo y que el primer señor que se encuentra le diga: “Lo estábamos esperando”, lo desinhibió e hizo florecer su gran novela.”
LUNA, para servirles...
“Muchos dicen que Pedro Páramo es la mejor novela que se ha escrito en México, en toda la literatura mexicana, y los más fetichistas dicen que es la mejor novela que se escribirá; o sea, que no hay oportunidad para nadie. Cuando llegué a México no sabía que existía la literatura moderna. Del rancho a la megalópolis. Fue apabullante, toda la referencia era la antigüedad. Pero me enteré de que habían escritores y que vivían de eso. Me desconcertó. Traté de acoplarme a la ciudad. Ahí estaba Juan Rulfo. Rulfo era muy esquivo y tímido, alguna vez, hablando con Vargas Llosa, éste me decía que no entendía por qué un hombre tan seguro con la escritura, era un hombre tan tímido, casi inexpresivo. Rulfo es el paradigma del artista. Yo no conozco —bueno, tal vez García Márquez— a un escritor que esté traducido a tantas lenguas, no conozco ni en Estados Unidos ni en Europa a un escritor tan traducido como él. Y la novela sigue editándose, los tirajes son muy grandes, no solamente en México sino en toda América Latina y en todas las lenguas. Pedro Páramo es una obra atemporal, tan fresca, tan llamativa, tan asombrosa, tan enigmática como siempre. Es una novela hecha desde muchos puntos de vista, muchos estados de ánimo, por eso el enigma rulfiano no se agota, se podrán cumplir otros 50 años y seguirá. Los jóvenes lo leen, todavía llama la atención, no sólo en México, sino en el mundo entero, sobre todo en el habla español... Todo esto de la muerte, de que los muertos viven, yo lo entiendo perfectamente, porque dentro de las expectativas de los pueblos pequeños, los personajes son trágicos, y al decir trágico quiero decir heroicos, digamos que para mí la tragedia es sinónimo de heroicidad. Cuando yo traté a Juan Rulfo, inmediatamente hubo una especie de simbiosis porque ambos somos de un pueblo y en ese momento ya nadie quería escribir del pueblo, sobre todo habiendo una obra como ésa, la gente pensaba que para qué iba a insistir en otra. Entonces había toda una tendencia hacia la literatura urbana. Yo conocí a Rulfo cuando fui becario del Centro Mexicano de Escritores, en 1977. Era muy joven y estaba deslumbrado con ese señor. El nunca hablaba de literatura, era un ánima en pena en vida, inexpresivo, no tenía ninguna capacidad teórica de nada, era un hombre silencioso, pero poseía un paisaje interior infinito y una intuición y una emoción que no expresaba. Y yo le hice una pregunta muy ingenua: ¿qué se necesita para ser un gran escritor? Le di todas las armas para que se burlara de mí, peor él no se burló, se quedó pensativo y me dijo: “Mire, todas las disquisiciones teóricas que oiga, todas las especulaciones intelectuales que le surjan, guárdeselas, pero cuando escriba, escriba para la gente, para escribir lo que se puede identificar de inmediato, y esas teorías y visiones van a surgir aunque usted no quiera”. También me decía casi impositivamente: “Nunca lea teoría literaria, eso es de gente que no tiene imaginación y para los intelectuales. Usted es un artista, lo cual es un grado superior. El intelectual es de este mundo, el artista roza con la divinidad. Aproveche la imaginación, siga su intuición y siga su emoción”. Una vez se me ocurrió preguntarle por Jorge Luis Borges , que era la antípoda de Rulfo. Se quedó pensando y me dijo: “Mire, un escritor que dice que la biblioteca de Alejandría, que en el tomo tal, que en el versículo tal, que da una serie de referencias, así muy escrupulosas de cada cosa, es un escritor que no tiene imaginación”. A Rulfo le irritaba profundamente que los escritores quisieran demostrar lo que sabían . Después de seis meses de trato, por fin habló de literatura. Nunca quería hacerlo, pero cuando comenzó, me di cuenta de que se las sabía todas, era un erudito; me habló de literatura sueca del siglo XVIII, de la literatura del XIX conocía todo, todo, casi todo, rusos, italianos, españoles, latinoamericanos, era experto en literatura brasileña del XIX, particularmente Machado de Assis. Era un conocedor profundo de todo lo que es el cuento en lengua inglesa, desde Edgar Allan Poe, que evidentemente era uno de sus autores favoritos, sobre todo por esa dosis de extrañeza que recorre todos sus cuentos. Le irritaban mucho los escritores realistas a ultranza, porque decía que los escritores que se afanan por ser realistas son los más represores de todos. A él le gustaban aquellos que podían ver los lados ocultos de la realidad, además de la realidad... Acerca del análisis de los personajes en Pedro Páramo, hay una discusión famosísima entre Zolá y uno de sus discípulos. Uno de ellos le dice: “Oiga, Maestro, quiero hacer una novela de un solo personaje”. Sola se queda espantado y le dice: “Eso es imposible una novela de menos de 20 personajes no vale la pena leerla, es una excentricidad”. Estos son pensamientos del siglo XIX que Rulfo absorbió muchísimo; fijémonos que en Pedro Páramo hay más de 20 personajes, todos intervienen, además hay de diferentes estratos sociales, aún cuando estén muertos. Hay muertos, incluso, que tiene 50 años de muertos, y son muertos que se paran, que están dormidos, prenden la lumbre, salen, se pierden y regresan a dormir. Son personajes casi referenciales. Los muertos más recientes tienen frescas todavía todas las vivencias de la vida y como no hay esa fisura entre la vida y la muerte, pareciera que los muertos están viviendo. Sin embargo, los muertos más viejos, esos sí están descansando. Por otra parte Rulfo tampoco se preocupó mucho por estar argumentando y explicando y describiendo. La argumentación es muy sucinta, él no se preocupa por explicarle al lector como si fuera un niño chiquito, por qué es estoy por qué es aquello; él lo mostraba y ya, lo cual quizá aprendió de la literatura escandinava. El me recomendó dos libros: cubres de espanto de un escritor suizo, y Nosotros de Eugene Zamiatin, que de alguna forma se parece a Comala. Rulfo decía que la gente de los pueblos sí asumía su destino. Hay un personaje “En el día del derrumbe”, en el Llano en llamas, que dice: “Por qué no se van de aquí, aquí no hay vida, vivir aquí, váyanse a la ciudad que es donde está la vida”. Otro personaje le responde: “Si nos vamos, quien va a cuidar a nuestros muertos”; esto de alguna forma revela el mundo rulfiano, este apego a la tierra, al entorno, esté bien o esté mal, yo no voy a salirme de aquí, aquí está mi vida, aquí me voy a morir, y sea lo mejor o lo peor del mundo, aquí voy a estar, no puedo moverme, aquí está mi raíz, aquí está todo lo que soy. En este sentido, Rulfo sentó un raíz muy profunda en lo que es la mexicanidad, esta cosa del arraigo, el no poder romper con la tierra, con el alma mexicana. De hecho, cuando los mexicanos se van a otros países no tardan en regresar, es muy difícil que un mexicano cambie de lugar y se quede para siempre, porque están los muertos allá, hay que cuidarlos, o están las raíces, esta es una metáfora que podemos entenderlo allí. Otra de las cosas que Rulfo alguna vez, en tantas pláticas, en tantos cafés, me comentó, fue la importancia de los movimientos de la naturaleza. Todo para él, una nube, un cerro, la hierba, todo tiene características humanas; o sea no es el personaje y su entorno, sino que es también la acción de la naturaleza, también la acción humana, hay un complemento muy evidente entre la naturaleza y como influye ésta en el espíritu humano. Pedro Páramo no se puede calificar como una novela de horror ni fantástica, tampoco es una novela realista ni necrófila, pues en ella no hay horror ni espanto, los muertos transitan y se desenvuelven como si estuvieran vivos, no hay un espanto al narrar, lo que hay es asombro, pero no repulsión. En ese sentido la novela resulta ser parte de una paradoja, puesto que siendo de un país de México, donde los escritores se han afanado tanto por ser realistas, nos encontramos con que al fin de cuentas las novelas más representativas latinoamericanas no son realistas o tienen poco que ver con esa tendencia. La novela de Rulfo es una de las que rompen con esa tradición. Un día me confesó como nació en su cabeza Pedro Páramo. Durante algún tiempo, él habís sido vendedor de llantas de la Goodrich, de la compañía estatal nacional, y esto le dio opción de conocer todo México. Si alguien conocía verdaderamente el territorio mexicano era Rulfo, porque vendía llantas. Una vez —según me contó— estaba manejando y estaba muy cansado, eran como las 12 de la noche y no quería parar el coche a la vereda de la carretera para dormirse. Llegó a un pueblo que no tenía luz eléctrica —muchos pueblos no la tenían en los años 40 o 50— y se puso a buscar un lugar donde dormir pues estaba a oscuras. De repente pasó por una casa donde había una lámpara de petróleo que proyectaba una luz sobre la calle. Entonces se dijo: “Voy a preguntar, es la única luz que hay aquí en el pueblo”. Bajó y cuando llegó había un señor detrás de un escritorio, como adormilado. “Perdón, seño, ¿dónde alguien me puede dar posada, un hotel, donde puedo dormir, donde puedo pernoctar?”. El señor le contestó: “Pásele, lo estábamos esperando”. Esto de “lo estábamos esperando” corresponde al pasaje en el cual Juan Preciado llega la pueblo y Eduviges le dice precisamente. “Lo estábamos esperando”. Aquí se desató, digamos la concepción de Pedro Páramo., o sea, llegar a un pueblo y que el primer señor que se encuentra le diga: “Lo estábamos esperando”, lo desinhibió e hizo florecer su gran novela.”
LUNA, para servirles...
posted by REEB @ 2:21 PM,
2 Comments:
- At 7:27 PM, Marco said...
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bellísimo
- At 11:43 AM, Unknown said...
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Me he quedado perplejo, hermano provinciano.